As cinquenta sombras de grey pdf free download


















Levanto la mano con la esperanza de que se calle, y milagrosamente lo hace. Disfruto del momento. Me coge del brazo y me arrastra hasta el dormitorio, al fondo de la sala de estar de la suite.

Es muy guapo, de acuerdo, pero creo que es peligroso. Ya sabes lo que quiero decir —me contesta un poco enfadada. Al final se saca las llaves del bolsillo y me las da. La abrazo. Parece un modelo posando para una sofisticada revista de moda. Se incorpora y hace un gesto para que pase delante. Caminamos juntos por el amplio pasillo hacia el ascensor. De pronto el temor me paraliza la mente. Somos buenas amigas. Grey y yo entramos en el ascensor. La joven pareja no dice nada.

Ni siquiera suena uno de esos terribles hilo musicales para distraernos. Es un bonito domingo de mayo. Estoy en la calle y Christian Grey me lleva de la mano. Nunca he paseado de la mano de nadie. La cabeza me da vueltas, y un cosquilleo me recorre todo el cuerpo. Intenta calmarte, Ana, me implora mi subconsciente.

Andamos cuatro manzanas hasta llegar al Portland Coffee House, donde Grey me suelta para sujetarme la puerta. Alza las cejas. Me miro los dedos nudosos. Niego con la cabeza y Grey se dirige a la barra. Levanto un poco la vista y lo miro furtivamente mientras espera en la cola a que le sirvan. La idea se me pasa de pronto por la cabeza y me arde la cara. Me muerdo el labio y vuelvo a mirarme las manos. Grey ha vuelto y me mira fijamente.

Me pongo colorada. Niego con la cabeza. Lo envidio. Hablo en voz baja y entrecortada. Eso es todo. Me sostiene la mirada. Quiero mirar a otra parte, pero estoy atrapada, embelesada. Sus largos dedos retiran el papel con destreza, y yo lo contemplo fascinada. Y recupera esa sonrisa divertida que esconde un secreto. Paul es solo un amigo. Se lo dije ayer.

Maldita sea, es algo personal. Solo me pongo nerviosa cuando estoy con usted, Grey. Me pongo colorada, pero mentalmente me doy palmaditas en la espalda por mi sinceridad y vuelvo a contemplarme las manos.

Lo oigo respirar profundamente. Es usted muy sincera. No baje la cabeza, por favor. Me gusta verle la cara. En todo. Dos obsesos del control juntos. Y es guapa, me recuerda mi subconsciente. No me gusta imaginar a Christian y a Kate juntos. Es muy aburrido. Mi padrastro vive en Montesano. Suelto lo primero que se me ocurre sobre mi madre, cualquier cosa para apartar ese recuerdo. Ya se ha casado cuatro veces. Christian alza las cejas sorprendido. Espero que la controle un poco y recoja los trozos cuando sus descabellados planes no vayan como ella esperaba.

Hace mucho que no veo a mi madre. Me perturba. Es… taciturno. Me contengo para no soltar un bufido. Es carpintero. Y… bueno, mi madre acababa de casarse. Me callo. No es asunto suyo. Se encoge de hombros. Viven en Seattle. Vaya… Ha crecido en una familia acomodada. Sus padres deben de estar orgullosos. Sus ojos se nublan enojados. Volvemos a las trivialidades. Me he quedado desconcertada. Tengo que estudiar. Empiezan el martes. Ha sido un placer. Hemos llegado al cruce, al otro lado de la calle del hotel.

Todo me da vueltas. Esto es todo. Sus labios se arrugan formando una media sonrisa y me mira fijamente. Yo no tengo novias —me contesta en voz baja. No es gay. Tengo que marcharme. Tengo que poner mis ideas en orden.

Doy un paso adelante, tropiezo y salgo precipitada hacia la carretera. Todo sucede muy deprisa. Respiro su aroma limpio y saludable. Es embriagador. Inhalo profundamente. Estoy totalmente cautivada. Estoy entre tus brazos. No soy un hombre para ti —suspira. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a dejarte marchar —me dice en voz baja. Y me aparta suavemente. No me desea. La verdad es que no me desea. He fastidiado soberanamente la cita.

No ha retirado las manos de mis hombros. Me suelta y baja las manos. Intento aclararme las ideas. Solo quiero marcharme. Todas mis vagas e incoherentes esperanzas se han frustrado. Se pasa la mano por el pelo con mirada desolada. Su prudente control ha desaparecido. Quiero marcharme. Levanto las rodillas y las rodeo con los brazos. Pero en el plano sentimental, nunca me he expuesto. Toda mi vida he sido muy insegura. Y deja ya de autocompadecerte, de castigarte y toda esta mierda. Respiro hondo varias veces y me levanto.

La sonrisa con la que me recibe se desvanece en cuanto me ve. Oh, no… La santa inquisidora Katherine Kavanagh. A veces tiene un don especial para decir lo que es obvio. En realidad, ese es el problema.

Se levanta. Sus ojos verdes me miran preocupados. Me abraza. Es lo mejor que se me ocurre decirle para que por un momento se olvide de Grey. Christian me ha salvado —susurro—. Pero me he pegado un susto de muerte. Ha ido bien. Nada que comentar, la verdad.

No voy a volver a verlo. Me meto en la cocina para que no pueda verme la cara. Ya estamos otra vez con ese rollo. Pone mala cara. Y de repente me parece obvio.

Es demasiado guapo. Somos polos opuestos, y de dos mundos muy diferentes. Lo entiendo. Me voy a estudiar. Abro los apuntes y empiezo a leer. Me tumbo de lado. Cierro los ojos y empiezo a quedarme dormida. Bueno, no para ti. Es viernes, y esta noche lo celebraremos. Lo celebraremos por todo lo alto. Nunca me he emborrachado. Faltan cinco minutos para que se acabe el examen.

De camino a casa, en su Mercedes, nos negamos a hablar del examen. Yo intento encontrar las llaves en el bolso. No recuerdo haber encargado nada en Amazon.

Kate me da el paquete y coge mis llaves para abrir la puerta. No lleva remitente. Me sorprende la casualidad de que hace un momento haya pasado tres horas escribiendo sobre las novelas de Thomas Hardy en mi examen final.

Abro la cubierta de uno. Deben de valer una fortuna. Kate observa los libros por encima de mi hombro. Coge la tarjeta. No puedo aceptarlos. Quiero a Kate. Es leal y me apoya. Envuelvo los libros y los dejo en la mesa del comedor. Chocamos las copas y bebemos. Los padres de Kate le han comprado un piso. Creo que mejor me tomo una cerveza. Voy a buscar una jarra para todos. Kate es fuerte como un toro.

Lleva el pelo recogido, con unos mechones rizados que le caen con gracia alrededor de la cara. Uf, me da vueltas la cabeza.

Tengo que agarrarme al respaldo de la silla. Bien pensado, Ana. No tengo ni idea de la hora que es. Le ha sorprendido que lo llamara. Tienes una voz rara —me dice en tono muy preocupado. Su tono es tan… tan dictatorial. El controlador obsesivo de siempre. La imagen me provoca una carcajada. Christian Grey diciendo palabrotas. Vaya, no me ha dicho nada de los libros. Estoy bastante borracha, la verdad. La cabeza me da vueltas mientras avanzo en la cola. Bueno, el objetivo era emborracharse, y lo he conseguido.

Ya veo lo que es… Me temo que no merece la pena repetirlo. La cola ha avanzado y ya me toca. Y cuelga. Me subo los vaqueros. Voy a vomitar… no… Estoy bien. No puede encontrarme. Me lavo las manos y me miro en el espejo. Estoy roja y ligeramente desenfocada. Uf… tequila. Espero una eternidad en la barra, hasta que me dan una jarra grande de cerveza, y por fin vuelvo a la mesa. Mientras bebo al aire libre, en la zona de aparcamiento, soy consciente de lo borracha que estoy.

No veo bien. La verdad es que lo veo todo doble, como en las viejas reposiciones de los dibujos animados de Tom y Jerry. Creo que voy a vomitar. Sus ojos oscuros me miran fijamente—. No pasa nada. Por favor. Me ha metido la mano por el pelo y me sujeta la cabeza para que no la mueva. Huele a margarita y a cerveza.

Estoy muy nerviosa, borracha y fuera de control. Me siento agobiada. No quiero. Eres mi amigo y creo que voy a vomitar. Christian Grey. Siento una arcada y me inclino hacia delante. Mi cuerpo no puede seguir tolerando el alcohol y vomito en el suelo aparatosamente.

Grey me sujeta el pelo, me lo aparta de la cara y suavemente me lleva hacia un parterre al fondo del aparcamiento. Yo te agarro. Ha pasado un brazo por encima de mis hombros, y con la otra mano me sujeta el pelo, como si quisiera hacerme una coleta, para que no se me vaya a la cara.

Intento apartarlo torpemente, pero vuelvo a vomitar… y otra vez. Es demasiado vergonzoso para explicarlo. Por fin dejo de sentir arcadas. He apoyado las manos en el parterre, pero apenas me sujetan. Vomitar tanto es agotador. Me doy asco. Me lamento y apoyo la cabeza en las manos. Debe de ser el peor momento de mi vida. Me observa fijamente con semblante sereno, inexpresivo. Lo fulmino con la mirada. Se me ocurren unas cuantas palabras para calificar a mi supuesto amigo, pero no puedo decirlas delante del empresario Christian Grey.

Acaba de verte vomitando en el suelo y en la flora local. Estoy sola con Grey. Puedo disculparme por haberlo llamado. Maldita sea, quiere su recompensa. Estar mareada. Uf, la lista es interminable —murmuro sintiendo que me pongo roja.

Por favor, por favor, que me muera ahora mismo. Me zumba la cabeza por el exceso de alcohol y el enfado. No lo he invitado a venir. Empiezo a marearme. Vuelvo a estar en sus brazos. No lo entiendo. Estoy en el Heathman. Aprieta los labios y suspira ruidosamente. Me lleva de la mano. Es un confuso abanico de emociones. Estoy lista para marcharme en cuanto haya hablado con Kate. Le rozo el pelo con la nariz y respiro su aroma limpio y fresco.

Todas las sensaciones prohibidas y desconocidas que he intentado negarme salen a la superficie y recorren mi cuerpo agotado. Pone los ojos en blanco, vuelve a cogerme de la mano y se dirige a la barra. Lo atienden inmediatamente. No oigo lo que pide. Me ofrece un vaso grande de agua con hielo. Grey pasa del verde al azul, el blanco y el rojo demoniaco. Me mira fijamente. Se pasa la mano por el pelo rebelde. Parece nervioso, enfadado. Mi subconsciente chasquea la lengua y me observa por encima de sus gafas de media luna.

Me tambaleo un poco, y Grey apoya la mano en mi hombro para sujetarme. Le hago caso y me bebo el vaso entero. Hace que me maree. Me quita el vaso y lo deja en la barra. Lleva el cuello de la camisa desabrochado, y veo asomar algunos pelos dispersos. Vuelve a cogerme de la mano y me lleva hacia la pista.

Yo no bailo. Se da cuenta de que no quiero, y bajo las luces de colores veo su sonrisa divertida y burlona. Tira fuerte de mi mano y vuelvo a caer entre sus brazos. Empieza a moverse y me arrastra en su movimiento. Atravesamos la multitud de gente que baila hasta el otro extremo de la pista y encontramos a Kate y a Elliot, el hermano de Christian.

Baila sacando el culo, y eso solo lo hace cuando alguien le gusta. Cuando alguien le gusta mucho. No oigo lo que le dice. Elliot es alto, ancho de hombros, pelo rubio y rizado, y con ojos perversamente brillantes. Acaba de conocerlo. Pero no he hablado con Kate. Tengo que darle una charla sobre sexo seguro. Me da vueltas la cabeza. Oh, no… Siento que el suelo sube al encuentro de mi cara, o eso parece. El cabezal de la cama tiene la forma de un sol enorme.

La he visto antes. Mi ofuscado cerebro busca entre sus recuerdos recientes. Estoy en el hotel Heathman… en una suite. Estuve en una parecida a esta con Kate. Oh, mierda. Estoy en la suite de Christian Grey.

Llevo puesta la camiseta, el sujetador y las bragas. Ni calcetines ni vaqueros. Echo un vistazo a la mesita de noche. Hay un vaso de zumo de naranja y dos pastillas. Me incorporo en la cama y me tomo las pastillas. La verdad es que no me siento tan mal, seguramente mucho mejor de lo que merezco. Me quita la sed y me refresca. Oigo unos golpes en la puerta. Vaya, ha estado haciendo ejercicio.

Christian Grey ha sudado. Respiro profundamente y cierro los ojos. Si cierro los ojos, no estoy. Deja una bolsa grande de una tienda de ropa en una silla y agarra ambos extremos de la toalla que lleva alrededor del cuello. Sus impenetrables ojos grises me miran fijamente. Sabe esconder lo que piensa y lo que siente. Se sienta a un lado de la cama.

Me miro las manos. Sus labios esbozan una sonrisa burlona. Me mira fijamente, sorprendido y, si no me equivoco, algo ofendido. Levanto la mirada hacia Christian, que me mira fijamente con ojos brillantes, ofendidos. Intento morderme el labio, pero no consigo reprimir la risa. Pareces un caballero andante. Veo que se le pasa el enfado. Su tono es acusador.

Por eso te pusiste tan mal. De verdad, es la primera norma cuando bebes. No cenaste, te emborrachaste y te pusiste en peligro. Cierra los ojos. Por un instante el terror se refleja en su rostro y se estremece. Cuando abre los ojos, me mira fijamente. Si fuera suya… Bueno, pues no lo soy. La idea se abre camino entre mi enfado por sus arrogantes palabras. Estaba con Kate. Me deja desarmada. De repente estoy confundida y enfadada, y al momento estoy contemplando su preciosa sonrisa.

Y luego se incorpora y se aparta—. Tienes que estar muerta de hambre. Suelto el aire que he estado reteniendo. Se me han disparado las hormonas. Me arde la piel por donde ha pasado su dedo, en la mejilla y el labio. Mmm… Deseo. Es deseo. Me tumbo sobre las suaves almohadas de plumas. Y pese a todo, he pasado la noche en la suite de su hotel y me siento segura. Para nada es un caballero oscuro. Es un caballero blanco con armadura brillante, resplandeciente.

Sir Gawain o sir Lancelot. Le sorprende verme levantada. Me pongo roja. Ropa limpia. Un plus inesperado. Levanto la cara hacia el anhelado torrente. Deseo a Christian Grey. Lo deseo desesperadamente. Es sencillo. Por primera vez en mi vida quiero irme a la cama con un hombre. Quiero sentir sus manos y su boca en mi cuerpo. No quiso besarme la semana pasada. Has dormido en su cama toda la noche y no te ha tocado, Ana. Saca tus conclusiones. Mi subconsciente asoma su fea e insidiosa cara.

No le hago caso. El agua caliente me relaja. Cojo el gel, que huele a Christian. Es un olor exquisito. Llama a la puerta y doy un respingo. Salgo de la ducha y cojo dos toallas. Abro la bolsa. Sujetador y bragas limpios… Aunque describirlos de manera tan mundana y utilitaria no les hace justicia. Encaje y seda azul celeste. Me quedo impresionada y algo intimidada.

Pues claro. Me seco el pelo con la toalla e intento desesperadamente controlarlo, pero, como siempre, se niega a colaborar. Respiro profundamente. Vuelvo a respirar hondo y voy a la sala de estar de la suite.

Es enorme. No es que juegue al tenis, pero he ido a ver jugar a Kate varias veces. Le he mandado un mensaje a Elliot —me dice con cierta sorna. Recuerdo su ardiente baile de ayer, sacando partido a todos sus movimientos exclusivos para seducir al hermano de Christian Grey, nada menos. Nunca he pasado una noche fuera de casa.

Christian me mira impaciente. Me dedica una media sonrisa a modo de disculpa. Opto por tortitas, sirope de arce, huevos revueltos y beicon. Christian intenta ocultar una sonrisa mientras vuelve la mirada a su tortilla. No lo he buscado. Christian aprieta los labios, pero no dice nada. Este color te sienta muy bien. Me ruborizo y me miro fijamente los dedos. Sigo hablando.

Sus ojos despiden un destello malicioso. Maldita sea… Se me seca la boca. Anastasia, no soy un hombre de flores y corazones. No me interesan las historias de amor. Mis gustos son muy peculiares. Pero hay algo en ti que me impide apartarme. De repente ya no siento hambre. Se queda boquiabierto y con los ojos como platos. Nos miramos fijamente. Ninguno de los dos toca la comida.

Sus ojos brillan divertidos. Se ha vuelto a romper el filtro que separa mi cerebro de la boca. Tienes tiempo de sobra. Ha colocado los codos sobre la mesa y apoya la barbilla en sus largos y finos dedos. En el distrito de Pike Market. El santo inquisidor Christian Grey es casi tan pesado como la santa inquisidora Katherine Kavanagh. Me ruborizo… Pues claro que no. No puedo mirarlo a los ojos cuando habla en ese tono. Tras un leve respingo, me quedo boquiabierta.

Me remuevo en la silla y busco su impenetrable mirada. Me incomodo pensando en todas las posibilidades. Esto no me lleva a ninguna parte. Levanta una ceja. Suelta una risa maliciosa. Pedante gilipollas. Me mira entornando los ojos y saca su BlackBerry. Ni por favor, ni gracias. Volaremos a Seattle.

Lo miro boquiabierta. Segunda cita con el misterioso Christian Grey. Y quiere morderme el labio… Me estremezco al pensarlo. Anastasia, no soporto tirar la comida… Come. Aprieta los labios. Parece enfadado. Estoy demasiado nerviosa para comer, Christian. Pero soy demasiado cobarde para decirlo en voz alta, sobre todo cuando parece tan hosco. La idea me parece divertida.

Me observa con ojos escrutadores. No quiero que te pongas enferma. Me levanto de la mesa. Me giro para mirarlo. Y me ruborizo, por supuesto.

Sencillamente dormir con una mujer. Lo dudo, la verdad. Verlo vulnerable. Me cuesta imaginarlo. Quiero cepillarme los dientes. Veo el cepillo de Christian.

Debe de haberlo utilizado ya. Me siento como una chica mala. Resulta muy emocionante. Tiene un aspecto elegante, aunque informal. Cruzo la puerta recordando sus palabras: «Hay algo en ti…». Recorremos el pasillo en silencio hasta el ascensor. Llega el ascensor y entramos. Estamos solos. Me muerdo el labio. Me siento como si hubiera subido corriendo por una gran pendiente. Lo miro.

Parece absolutamente tranquilo, como si hubiera estado haciendo el crucigrama del Seattle Times. Me mira de reojo y deja escapar un ligero suspiro. Los hombres de negocios se bajan en la primera planta. Solo nos queda una. Sus labios esbozan una media sonrisa. Menudo cochazo. No ha mencionado el arrebato pasional del ascensor. Apenas parece real, mi primer beso con forcejeo. No ha sucedido, nunca ha existido.

Me toco los labios, hinchados por el beso. Sin la menor duda ha sucedido. Soy otra mujer. No entiendo nada. Arranca el motor y abandona su plaza de parking. Christian conduce de forma tranquila y confiada hacia la Southwest Park Avenue.

Y por un momento parece de su edad, joven, despreocupado y guapo hasta perder el sentido. Escucho las voces angelicales, sugerentes y seductoras. Invade mis sentidos de forma lenta, suave y dulce. De Thomas Tallis a los Kings of Leon. Aunque no conozco a Thomas Tallis. Se gira, me mira un instante y vuelve a fijar los ojos en la carretera. A estos los conozco. Me estremezco solo de pensarlo.

Es una voz de mujer. Eso es todo, Andrea. Christian suspira. Christian mueve la cabeza. Casi hemos llegado a mi casa.

No hemos tardado mucho. Lo miro con mala cara, pero no me hace caso. Detiene el coche frente a mi casa. Ya lo sabe. Hago un gesto de disgusto al pensarlo. Sale del coche y lo rodea caminando con elegancia hasta mi puerta, que abre. Me siento, en retrospectiva, frustrada.

No estoy segura de si oigo un jadeo ahogado, pero decido hacer caso omiso y subo los escalones de la entrada. Tengo planes para ellos.

Se levanta para abrazarme y al momento se separa un poco y me mira de arriba abajo. Me cae bien al instante. Es obvio que no tiene nada que ver con Christian, pero, claro, son hermanos adoptivos. Se gira hacia Kate, la abraza y le da un beso interminable. Le sostengo la mirada. Kate se derrite. Me vienen a la cabeza las palabras «hermosa» y «complaciente».

Kate, complaciente. Sus ojos se suavizan y me pasa el pulgar por el labio inferior. La sangre me quema las venas. Y al instante retira la mano. Se da media vuelta, abre la puerta de la calle y sale al porche. Elliot lo sigue hasta el coche, pero se vuelve y le lanza otro beso a Kate. Siento una inesperada punzada de celos. Entramos en casa.

No puedo disimular la envidia. Kate siempre se las arregla para cazar hombres. Es irresistible, guapa, sexy, divertida, atrevida… Todo lo contrario que yo. Pero la sonrisa con la que me contesta es contagiosa.

Por fin Ana Steele se enamora de un hombre, y es Christian Grey, el guapo y sexy multimillonario. Le cuento los poco excitantes detalles de mi noche. Asiento bastante avergonzada. Oh, no… Ya veo que va a ser un tiempo perdido, humillante y doloroso. Ha sido una experiencia muy desagradable, pero Kate me asegura que es lo que los hombres esperan en estas circunstancias. Tengo que convencer a Kate de que quiero hacerlo. Pero he decidido dejarle sufrir un poco.

Me desespera tener que andar conjeturando todo el tiempo. Y para colmo de desdichas, estoy muy nerviosa. La diosa que llevo dentro me observa golpeando impaciente el suelo con un pie. Inclino la cabeza educadamente y entro en el asiento trasero del coche. Christian entra por la otra puerta y me aprieta la mano suavemente.

Me golpea los nudillos con el pulgar una y otra vez. Taylor aparca, sale y me abre la puerta. Quisiera decirle: «Para todo», pero estoy demasiado nerviosa para articular palabra. Christian me mira con una ligera sonrisa en los labios.

Es espeluznante. Intento mantener el rostro impasible cuando entramos en el ascensor. Cierro los ojos en un vano intento de pasarla por alto.

Seguro que esto es despilfarrar los recursos de la empresa. Lo hemos revisado todo. Puede despegar cuando quiera. Observo al anciano asombrada. Cierra de un portazo. Aprieta tanto las dos bandas superiores que apenas puedo moverme. Huele a limpio, a fresco, a gloria, pero estoy firmemente atada al asiento y no puedo moverme.

Le brillan los ojos. No puedes escaparte —me susurra—. Se acomoda a mi lado, se ata a su asiento y empieza un largo protocolo de comprobar indicadores, mover palancas y pulsar botones del alucinante despliegue de esferas, luces y mandos. Me los pongo y el rotor empieza a girar. Search icon An illustration of a magnifying glass. User icon An illustration of a person's head and chest. Sign up Log in.

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